
En horas de la tarde de este domingo, como preámbulo a la lluvia que sacudió Tucupita, falleció el Prof. Ildemar Estrada. Huelga decir que el cielo deltano lloró en su honor.
El que fuera sempiterno visitante del paseo malecón Manamo, casi como la figura literaria del Coronel no tiene quien le escriba, siempre en el mismo lugar cada tarde, rememorando la sobrecogedora vista del río Orinoco en su natal Caicara, trayéndola a sus ojos en nuestro bonito mirador, amó el esplendente brazo de agua y se entregó a estos manglares.
54 años hace que trajo en su alforja el título de historiador de la ULA, asignado a estos lares por el despacho educativo del estado Bolívar, siendo posiblemente el primer titulado en la carrera en venir; a falta de evidencias que demuestren lo contrario, seguirá siendo el primero.
Nos legó una bonita familia de la mano de su eterna compañera la Profa. Nilda, con quien compartió hijos y méritos docentes, garantizando su eternidad en las semillas de Ildemar, “Coco” Omar y Nilmar, y los nietos que han ido arribando.
Docente y directivo de entidades educativas por luengos periodos, profesor jubilado de la UTD Francisco Tamayo, miembro fundador de la sociedad Bolivariana del Estado Delta Amacuro y uno de sus directivos, pilar con sus sabias orientaciones del partido Soluciones para Venezuela, pereció con las botas puestas, acudiendo a varias emisoras cada semana a manifestar sus ideales y dejando trazos de brillantez al ejercitar su pluma.
Demócrata de convicción, apasionado del país, con la nación y la historia patria bulléndole en las entrañas, le rindió culto a la tierra del agua y la homenajeó con encomiables gestos de ciudadanía, pinceladas de notable escritor, actitudes de avezado político, acciones de amor filial y fecunda simiente educativa en sus alumnos, queriéndola como se quiere de verdad, con razón y sentimiento.
Luego de luchar durante dos semanas contra la terrible enfermedad que trajo consigo el nuevo siglo, con una resistencia inusual para un hombre de su edad, descendió al fin de su cabalgadura; amaba tanto la vida, que no iba a permitir que nadie se la arrebatara sin presentar batalla cual prócer de la independencia, viéndose sometido después de tanto resistir y poner a prueba su corazón de acero. Solo dijo adiós cuando estaba muerto.
Por circunstancias compartimos mucho durante décadas, cuando desde nuestra estatura de niños veíamos enorme aquel hombre grande en muchos sentidos. Luego crecimos y su imagen se agigantó. Su dilecto y especial trato hizo siempre la diferencia.
Este 14 de noviembre partió, supusimos que vencería pero no fue así, en la guerra contra el sempiterno mal muchos deben sucumbir para que se comprenda su gravedad y surja la cura; le tocó irse antes, algún día habremos de acompañarlo ante un horizonte tan azul como el del malecón deltano, con un café por delante y una copiosa lección de historia aflorando de su ser.
Gracias por todo Profesor.