
Por Alfredo Rojas, 7 de octubre de 1999
No fue octubre. Fue marzo. Un domingo cualquiera, donde las máscaras cayeron y el intento por frenar el cambio se volvió inútil.
En esa esquina, en esa acera de la calle La Paz, comenzó todo.
Allí se encendió la fragua de una derrota que no fue del pueblo, sino de quienes traicionaron sin saber lo que estaban despertando.
Mis padres, curtidos en la política, estaban allí. Luis, mi hermano, también. Me dieron una lección silenciosa de dignidad: avanzar incluso cuando el mundo cree que estás vencido. Hoy, ellos están lejos, pero su ejemplo sigue cerca, latiendo en cada paso que damos por reconstruir el Delta.
A quienes entregamos todo, no les hablamos de lealtades fingidas.
La verdadera lealtad no se grita, se vive. ¿Y cuántos se quedaron allá, en la comodidad del silencio?
Ese jueves 7 de octubre de 1999 no se olvida.
Porque aunque yo no estuve allí, me lo contaron. Me lo contaron con la fuerza de quien no necesita puntos para cerrar una idea. Porque la verdad no siempre viene con forma perfecta, pero sí con fondo honesto.
Hoy, más que nunca, sigue viva la consigna:
“Por la reconstrucción del Delta”
Y si el despertar comienza con una grieta en la mentira, que se abran todas.
¡Viva el pueblo del Delta del Orinoco!