Más de cinco décadas de vida consagrada al servicio de la educación en diversos lugares de Venezuela
Por Francisco Pérez
La Hermana Terciaria Capuchina Carmen Agreda nació en un hogar deltano, en el que prevalece la devoción. Provino del campo, de la recóndita Clavellina de los senderos de barro, urbanizada mucho después, donde se forja la gente humilde, en contacto con la tierra y los animales.
Una de sus hermanas de sangre, la señora Dignora, se convirtió en clavo ardiente del exsecretario general de gobierno Ing. Alexander Amares, hasta lograr la refacción integral de la iglesia San Antonio; como resultado de ello, es su madrina oficial.
Comenzó a los 22 como maestra normalista en el Sagrada Familia de Tucupita, enamorándose de la causa religiosa. A los 27 era también monja.

A meses de profesar su compromiso eterno, sirvió en la comunidad indígena Araguaimujo del bajo Delta, desde donde comenzó un largo periplo por Venezuela, que la llevo a recorrerla de extremo a extremo.
En su fructífero andar, dirigió las instituciones educativas de las Terciarias en Araguaimujo, Machiques, Tucupita, Upata, y en el Santa Teresita de Caracas, con una hoja de servicios limpia como la patena y pura como su corazón.

Con 77 años de edad, continúa activa, como el primer día, en el Colegio de la congregación en Tucupita, tutelando la actual directora, que es su sobrina. Dama de solidos principios, no se retira ni la retiran, su espíritu de paz, moderado y sereno, es imprescindible para aquietar las aguas sin hablar.
Este viernes de gloria, en el recinto del salón Monseñor Felipe González del Vicariato Apostólico de Tucupita, el tiempo se detuvo cuando, instados a ponernos de pie, la aplaudimos sin cesar ante el llamado de los representantes de la AVEC seccional Guayana, a recibir el certificado de antigüedad por haber alcanzado los 55 años de servicio.

Sencilla como siempre, casi sin creerlo, la dama de blanco impecable, a la que un día bendijo Su Santidad Juan Pablo II y quien la conoce quiere y respeta por igual, levantó las manos al cielo, llevándose luego el certificado al pecho, mientras caminaba sonriente a tomar asiento, segura de haberle cumplido al Señor.
Anhelante de seguir cumpliéndole, la Hermana Carmen irradia luz a su paso, venciendo las sombras a su alrededor y aquellas que acechan de lejos.

